Me mira… y me despista su mirada… nunca me ha gustado que me miren fijamente, temo que vean más de lo que quiero; pero su mirada me espanta el doble.
-¿Qué miras?-
-Nada-
-¿En qué piensas?-
-No… en nada..- sospecho sí piensa en algo, porque es imposible no pensar en nada… decido creerle, aunque una parte de mí muere desolada imaginando que piensa en ella. No importa… no debe importarme… de repente me besa la frente y me desatornilla la coraza… me desarma por completo… él tiene un don para que cosas que nunca acepto adquieran otro matiz: esos besos en la frente, los juegos infantiles en la cama, incluso, esos formatos audiovisuales que me sienta a ver… me acomodo en su pecho y me exige que le haga cosquillas… amor, acaríciame como si me quisieras… reclama. Todo contacto con su piel de canela es delicioso… de pronto lo recuerdo: él es mi meteorito, estoy de frente, y acariciando como si quisiera, a la roca espacial que impactará mi atmosfera y lo destruirá todo. ¿Serías tú capaz?… Posiblemente… él nunca me ha ofrecido más certezas que estar aquí ahora… y siempre que se va me deja un tanto aletargada… pero tampoco pensé que llegaría… yo solo quería vivir una película, para llenar la envenenada sensación de estar vacía, y ahora estoy en un cuento… en nuestro cuento, de escritura un tanto desfasada por mi culpa… ahora escribir-nos adquiere otra dimensión y siempre quiero encontrar las palabras exactas, la frase ideal para captar “esto que tenemos” tan tuyo y mío… me mira y siento me hace una radiografía exhaustiva que me deja tambaleando en mi cuerda floja, quiero volver a reclamarle pero sus ojos negros desatan un magnetismo feroz que me hipnotiza… su mirada evoca cada beso y mordida impresa en mi carne haciendo que me estremezca por recordar la última vez, me eriza toda la espalda… por un momento todo encaja: mi rostro y su hombro izquierdo, mi película y su cuento, nuestros cuerpos, ambos desposeídos de pasados… por un instante tenemos una isla desierta, un cuarto en penumbras donde solo somos él y yo, abrazando la desnudez del otro, y el único intruso es el tiempo que se acaba, y somos más que una mujer distante y un hombre juicioso, más que la Alicia perdida y el príncipe de armadura rota, somos más que el sexo, los miedos, las heridas, las miradas… somos un cuento que se escribe sin que nadie sepa… somos un manojo de oraciones con ganas de plasmarse en el pecho del otro.